Lecturas: Militancia, Memoria y Voluntad: Los soldados de Perón
Cuando uno se propone relatar o reconstruir un tiempo del que formó parte, nunca me quedó claro si es acaso un pasado reciente o ya forma parte de la historia. En todo caso, no tiene mucha importancia. Los relatos y análisis de las décadas 60 y 70 son uno de los caminos más difíciles y más trillados de estos últimos años en que la historia sirve para lanzar acusaciones cruzadas.
Sin hacer prejuicio generalizador de los trabajos más recientes, me refugié en obras más añejas y muy dispares entre sí. En las próximas "Lecturas", estaré analizando mi parecer sobre algunos libros referidos a la historia de dichos años. En primer lugar, la obra de Richard Gillespie sobre montoneros: Los Soldados de Perón.
En 1981 todavía no se había derrumbado la dictadura militar. Ni siquiera tuvo lugar la guerra de Malvinas, que contribuyo decisivamente en ese aspecto. En ese año el profesor Richard Gillespie publicó su historia crítica de los Montoneros[1].
Una lectura alejada de las visiones reivindicativas de las lecturas más comprometidas, pero al mismo tiempo haciendo un esfuerzo de comprensión y de internalización de la militancia. A pesar de contar con treinta años cumplidos de antiguedad, es de los más cercanos a un análisis desapasionado de montoneros: alejados de lecturas militantes tanto como de las condenatorias, que están más cerca de condenar una práctica que de buscar una comprensión en su sentido más sociológico de la palabra. Haciendo una crítica políticamente aguzada, logra desprenderse de las visiones moralizantes que vinieron a partir del retorno a la democracia como las de Pablo Giussani.[2]
Es una pena que un libro que resulta tan interesante como introducción al tema resulte empañado por un prólogo tan lamentable como es el de Félix Luna. Este panegirista del orden nos cansa con lugares comunes de la condena moral a la violencia. Su prólogo empieza con la oración:
"Lo que va a leerse en las páginas que siguen, es la historia de una locura". Luna dice más abajo que parte de la culpa de esa locura se debe a la organización de montoneros. La otra parte de la culpa, ¿a quién se la adjudica? ¿Al ERP? ¿A las Fuerzas Armadas? ¿a Perón? Más aún, toma a Montoneros por infiltrados dentro del justicialismo. Creo que ya hemos madurado lo suficiente como para desechar esa clase de análisis tan cortos de perspectiva. No creo que convenga decir mucho más al respecto, solo basta aclarar que para tener una lectura más placentera conviene leer el prólogo de Luna e ignorarlo inmediatamente para no llevarnos un prejuicio sobre la obra de Gillespie.
Sin embargo, Gillespie también muestra un momento de flaqueza en su análisis, que se vio finalmente evidenciado en su prólogo de 2008 a la tercera edición argentina. El autor realiza una mirada crítica sobre el movimiento montonero; en la búsqueda de sus antecedentes analiza el peronismo, la cultura del caudillo, la dicotomía entre patria e imperialismo, etc. Pero cuando se trata de enumerar los factores que hicieron posible el crecimiento de la izquierda peronista ignora un factor que afectaba a la totalidad del movimiento: la proscripción y la constante represión que vuelca a la masivamente gente en las calles. Personas movilizadas y con fuertes gestos de oposición política eran desalojados de las universidades, de sus lugares de trabajo, de toda posibilidad de accionar. En ese sentido, se comprende cómo es que paulatinamente las resistencias al régimen fueron adoptando la clandestinidad. Toda forma política representa un grado de violencia y se podría ir más lejos aún, pero baste decir que la violencia más cruda tuvo su origen en 1955, en la proscripción.
En su último prólogo, Gillespie hace una comparación entre las tácticas montoneras y las del movimiento piquetero, dejando en evidencia un punto clave para la comprensión de los movimientos populares en la Argentina: a pesar de las posibles y posteriores manipulaciones, ambos movimientos surgen como respuesta a la inexistencia de canales políticos institucionales para saldar las demandas de justicia social. De esta manera Gillespie evalúa la acción, pero no el marco social de una y otra circunstancia. Creo que es una comparación forzada, y que no se ajusta a una perspectiva que comprenda el origen de los movimientos populares, más bien pareciera querer complacer a un público lector de centro derecha que rastrea argumentaciones para impugnar la conflictividad social por medio de una mayor represión. Sin ese componente esencial de comprensión se corre el riesgo de encontrar a montoneros o el movimiento piquetero como un emergente sectario producto de la protesta social.
Aún así, creo que es un libro introductorio bastante interesante. Una presentación cronológica ordenada, libre de pretensiones totalizadoras. Merece tener lugar entre los libros de consulta. Por supuesto, dadas las dimensiones del objeto de estudio, siempre será insuficiente una sola lectura.
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