en tránsito

"Un amor real es como vivir en aeropuertos"
Charly García & Pedro Aznar

Cuando miro a través del tiempo y siento aquellos pasados convocados y extintos, no dejo de pensar en aeropuertos. Lugares limpios y educados, dominios difusos, carentes de nación.
Mi pecho se oprime al entrar por aquellos espacios restrictos, exclusivos. Los pasillos que discriminan viajeros de los otros, los pasillos que distribuyen destinos y fortunas. El aeropuerto es una gran cinta procesadora de saltos al vacío.

Las luces fluorescentes borran mi sombra, y solo dejan un vaho borroso que apenas se separa de mis pies. Contra mi pierna, una modesta mochila y, en frente, la compuerta.
Viajar es distinto a vacacionar. Un turista no es lo mismo que un viajero. El sentido último de andar en busca de algo que no se puede encontrar en el hogar es bien distinto de la mera idea de dedicar unos días al reposo del cuerpo en preparación al año que se avecina. Cuando viajo me sumerjo, mis emociones se agitan. Feliz y vulnerable a la vez. Viajar es una tarea emocional, ejercicio del tener miedo, gimnasia de la adrenalina. Un aeropuerto es por definición un destino perenne y efímero a la vez. Bien entendido, el aeropuerto es un espacio de reflexiones peligrosas.

Frente a la compuerta, los asientos son especialmente diseñados para ser incómodos. Y siempre un ventanal para apreciar la pista. El lugar del salto al vacío, de la caída hacia arriba. No se puede leer. La inquietud inunda y la espera es una tarea fundamental para la existencia del aeropuerto. Me ocurre que tengo una suma generosa de tiempo para invertir en absolutamente nada. No hay que ser eficiente, no hay tareas. Solo esperar. Vivir así me recuerda que yo debería ser un niño todavía, con nada en concreto por hacer, todo por explorar. Miedo de las cosas que nos dan miedo. Se me ocurre que en algún momento la vida renuncia a este estrés de la incertidumbre, se arrima a una orilla mansa y predecible.

Al igual que todas nuestras decisiones, el viaje es una fatalidad irreversible. En mi cabeza resuena Jack Kerouac. Nothing behind me, everything ahead of me, as is ever so on the road. Llaman por el parlante hacia mi compuerta. Mientras en fila espero, me pregunto cuántos sellos tendrá mi pasaporte cuando me toque dejar de viajar para siempre.

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