Bibliotecas

Cuando leí La Casa de Papel de Carlos María Domínguez me sentí muy interpelado en un pasaje donde el personaje relata que cuando tiene invitados e, inevitablemente en el momento en que se distrae (para ir al baño, a calentar la pava para el mate o otra cuestión) se encuentra con su visita de frente a su  biblioteca con la cabeza hacia un lado, leyendo los títulos de los libros.
Debo confesar que soy de aquellos que hacen un "escaneo". Es irresistible, y por varios motivos: la más obvia, porque nos puede decir mucho de su dueño (por los libros que tiene, por lo que leyó, por lo que tiene y no leyó, por los que tiene solo para ostentar),  pero también porque no existen dos bibliotecas iguales, porque un libro suele disparar una conversación (o cambiar el tema de la existente), o porque -secretamente- buscamos algún libro que nunca pudimos encontrar y a la búsqueda nada lo detiene. En ese punto quiero detenerme, porque el choreo de libros es una práctica limítrofe con la búsqueda o el préstamo. Es más, debería saberse que, ya sea por "prestamo" o hurto, el libro no se puede separar de su dueño: o se queda con él o lo cambia por otro. Lo peor de todo es cuando te lo roban (o te lo piden prestado, que es lo mismo) en tu misma casa, enfrente tuyo: "uhhhh... ¿tenés este che? ¿te lo puedo pedir prestado para leerlo? (aunque en realidad lo voy a hojear seis meses después, ¿no me lo puedo llevar ahora así se que ya te lo hice?

La primera novela "seria" que me regalaron, fue a los 12 años. Mi viejo me regaló El Cazador Oculto de Salinger, y yo como un boludo la presté. Me gustó la novela y ese altruismo que despierta en uno fue fatal. No me importa mucho perder un libro, pero ese si me parecía importante (por lo irremplazable, claro).


Alberto Laiseca, autor más sabio por su tacañería mística que por su genio, optó por resolver el problema del choreo. Laiseca bloqueó los libros. Los forró todos de blanco de modo tal que no se pudiera saber el título de un libro sin tener que sacarlo de la biblioteca y consultarlo. Él advirtió que lo que más le inquietaban no eran los robos de las personas, sino los perpetrados por fantasmas (y los forró de blanco ya que ellos no ven dicho color). 

Si las bibliotecas dicen tanto de nosotros y nuestra vida, la de Laiseca -que está absolutamente en blanco- ¿qué nos quiere decir de él?




*Me debo la monumental lectura de Los Soria, pero desde ya que -por su excentricidad- Laiseca me va a dar que hablar al respecto (tan solo leí algún que otro cuento y "Las aventuras del profesor Eusebio Filigranati", que mucho no me gustó, pero le tengo fe infinita a este escritor)

Dejo el blog que sus acólitos enarbolan en su honor: http://albertolaiseca.blogspot.com/

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