Pedaleando por una ciudad

Es necesario impulsar el uso de la bicicleta con educación e infraestructura. Una breve columna. 

Los problemas de la concentración urbana no son novedad para nadie. Una ciudad se ha vuelto el hábitat humano más común y a la vez el más abstracto. Todos los días millones de personas viven una vida urbana: compran comida en supermercados, amueblan sus viviendas, cocinan, tiran la basura, viajan en transporte público o en auto, miran películas o televisión. A la vez, la mayoría ignora de dónde llegan las enormes cantidades de alimento que a diario son necesarias, o a dónde termina la basura que arrojamos en un tacho, sobre la frágilidad de las arterias de tránsito o sobre nuestra dependencia de una energía electrica que tampoco sabemos de donde viene.


A la par de este movimiento lógistico, todos los días estamos expuestos a las consecuencias de algún tipo de desbarajuste. Pobreza, crimen, embotellamientos, colapsos en los servicios públicos, personas que caen en la marginalidad, cortes de abastecimiento, o simplemente un correr más forzoso de ciertas rutinas que de otro modo deberían ser simples y ágiles.

Ante la sobrepoblación del parque automotor y el colapso del tráfico citadino mundialmente generalizado en las grandes ciudades, muchas personas han optado por la bicicleta como alternativa. Curiosamente solía ser una opción más o menos popular a principios de siglo XX, pero el fordismo y los tiempos de posguerra incentivaron el uso indiscriminado del automóvil. La bicicleta quedó como una alternativa recreativa.

Un cambio se viene pronunciando en mayor o menor medida desde ya hace unos veinte años. Una generación contemporánea retoma la bicicleta como medio: concientes del frágil medio ambiente, del bienestar fisico y emocional, o simplemente por conveniencia. Hoy, la bicicleta avanza lenta pero firmemente, y los organismos municipales no pueden quedar a la retaguardia. Deben ser ellos quienes incentiven activamente su uso, espcialmente en áreas con gran concentración urbana. Los motivos son harto obvios, pero vale enumerar algunos al pasar: es un ejercicio sano y casi excento de lesiones (aunque no de accidentes), un paliativo del colapso de tránsito, es barato y de bajo mantenimiento, no genera contaminación sonora, más, su uso no tiene ningún impacto sobre el medio ambiente, es una actividad mayormente recreativa (al contrario de lo que conducir en una ciudad usualmente es); son solo algunos de sus muchos beneficios.

Existen sus limitaciones, por supuesto, como lo son las largas distancias a recorrer, los peligros de conducir a la par de los automóviles, la falta de infrestructura, o simplemente el hecho de que a menudo el ejercicio físico de pedalear nos hace llegar a destino en un estado de... transpiración. Pero estos son los aspectos a los que los hacedores de políticas públicas deben poner mayor atención. En ciertas ciudades, se han puesto en marcha con éxito: restricciones al tránsito automotor (en especial cuando son ocupados por un solo pasajero), la ampliación de una red de bicisendas a la par de las calles, circuitos exclusivos para bicicletas, la instalación de estacionamientos seguros, puestos de alquiler o préstamo, campañas de promoción, facilidades financieras, y campañas educación. Pero no basta con facilitar el acceso a una bicicleta, tiene que existir una enérgica política para promover su uso y destacar sus beneficios, proporcionando a la vez una infraestructura capaz de resolver otro tipo de cuestiones (portabicicletas, talleres mecánicos, información de transito, etc.).

Europa es conocida por su incentivo al ciclismo: abundan experiencias y relatos al respecto. Pero John Pucher, en Bicycling Renaissance in North America enumera algunas ciudades existosas y las principales políticas implementadas en América del Norte en lás útimas décadas. Entre ellas figura Minneapolis, y esta ciudad se destaca en particular por un factor: sus duros inviernos. Con una temperatura promedio en Enero alrededor de los -10ºC, la bicicleta quedaría automáticamente descartada como opción. Sin embargo, con un conjunto de medidas entre las que se destaca la existencia de 257 kilómetros de bicisenda, Minneapolis cuenta con un crecimiento en el uso de bicicletas a lo largo de todo el año. Sobre estas políticas y medidas hablaré más en profundidad en otro artíclo.

Ciclismo en Winnipeg, a algunos nada los detiene.
Fuentet: Spectator Tribune
Al contrario de los incentivos y financiamientos para la compra de automóviles, la bicicleta es un transporte de relativo bajo costo y rápida amortización, siendo una opción que de ser impulsada tendría un potencial alcance. Siempre existirán desventajas. Un chaparrón probablemente nos haga buscar la parada de autobus más cercana. Aún así es fundamental educar y promover el uso de la bicicleta. 

En lo personal, llevo tres años viviendo en Winnipeg, y en invierno he visto el termómetro descender hasta los -45ºC. En el excepcionalmente largo invierno pasado, en algún momento de enero, cansado de correr en una cinta, empecé a salir a trotar sobre aquel bloque de hielo que en verano es el Río Assiniboine. A la par de eso, escasos y valientes, hay ciclistas que pedalean aún en las peores condiciones. Van a trabajar, o al médico, nada los detiene. Existen variadas teorías que explican semejante comportamiento que muchos catalogarían como cuasi suicida. Pienso que esto no es más que evidencia que una campaña de educación y promoción es capaz de un alcance inimaginable, aún trabajando en las condiciones más adversas. Este invierno pienso sumarme a ellos.

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